domingo, 21 de septiembre de 2014

Demián.

Con regularidad, Demián se encontraba a sí mismo pensando en la nada mientras tomaba como desayuno un par de cigarrillos, un café cargado y un sorbo de vodka o whisky. A veces eran tantas las cenizas y colillas que se acumulaban en el cenicero, que incluso lo asustaban; se imaginaba cómo se veían sus pulmones por dentro y cuánto daño le estaba haciendo el vicio, incluso pensaba en abandonar el cigarrillo. Sus pobres intentos por dejar de fumar se desaparecían en cuestión de un par de días, cuando su cuerpo le pedía nicotina para soportar de una manera más llevadera la monotonía de la vida.

Se miraba al espejo y no encontraba al chico de ricitos casi rubios que había sido unos años atrás, no encontraba las risas ni las ganas de vivir, las ganas de ser. Se miraba al espejo y, casi como en una película de ciencia ficción, sentía que él no era él en realidad, que algo se había metido debajo de su piel y se había apoderado de la vida que ahora se encontraba viviendo. No reconocía casi en absoluto la cara que lo miraba del otro lado, pero no tenía nada que ver con la apariencia, sino más bien con la esencia, con lo que había atrás de sus ojos; no era él, de eso estaba seguro.

Se encontraba por el mundo como un espectador, incluso de su propia vida. Con frecuencia se imaginaba viéndose a sí mismo desde el techo, sin participar realmente en nada. Y sabía perfectamente que ese desinterés suyo era lo que atraía a las chicas pero, al mismo tiempo, era lo que terminaba por arruinar cualquier relación que iniciara. Pero no le afectaba, arruinar su vida amorosa cada tres meses no le importaba, tampoco le importaba herir a las chicas que, en su infortunio, se fijaban en él.

Las mujeres siempre han tenido esa extraña adicción por los chicos malos, y Demián era la epítome de uno; con su cigarrillo en mano y una mueca entre sonrisa coqueta y sonrisa forzada, Demián atraía a todas las chicas que se le antojara, a veces más de las que podía manejar. Todas ellas iban pagando un poquito de lo que Demián sentía que le debían. Una vez que a un hombre le rompen el corazón, no importa cuántas chicas se aparezcan en su camino con la intención de repararlo, de ayudarle, de sanarlo; él, ese hombre, buscará a la misma chica en todas las demás, pero esta vez para vengarse. Y eso es lo que hacía Demián.

De aquella chica que le había roto el corazón casi no hablaba. Sólo habló de ella al principio, cuando recién le había ocurrido. Hablaba de ella cuando el alcohol le rebasaba la medida y la lengua se le disparaba. Al principio de sus borracheras había incluso lágrimas, suspiros ahogados en olores de coñac y tequila, su nombre se escondía en los aritos de humo y el aire viciado; eso poco a poco paró. Con el pasar de los meses, él sólo bebía y recordaba, se ponía a pensar, pero no decía absolutamente nada. Se convirtió en el chico más misterioso del campus donde estudiaba. Había pasado de ser el chico risueño y parlanchín a ser el tipo con pinta de Marlon Brando y James Dean que seducía a cuanta tonta se enamoraba de sus ojos de un miel casi verdoso.

Pasaba algunas horas con las chicas, sin dar mucho de su parte, pero esto a ellas no les importaba. Ellas sólo querían abrazarlo y oler su perfume caro y su cabello rizado que tenia un olor entre fresas, manzanas y cigarro. Lo abrazaban como si se tratara del amor de su vida y, quién sabe, tal vez lo era. Era el amor de la vida de muchas chicas, el platónico de otras cuantas. El imposible de todas.

Por más que una chica fuera linda, no podía conseguir de él ni siquiera un "te quiero". Demián apenas si las miraba a los ojos, hacía lo suyo, las llevaba a la cama y a la semana siguiente ya hacía notar que estaba aburrido. Las más 'afortunadas' eran capaces de mantenerlo un mes o dos, pero las demás pasaban a formar parte de la lista interminable de amoríos furtivos del chico de los rizos.

Todas sabían que había una chica detrás de todo eso, pero pocas se atrevían a preguntarle a él directamente; de todos modos no sacarían nada de Demián y sus secretos de la vez que le quitaron, por primera vez, la vida.  Aún así, todos sabían quién había sido la chica. Todos sabían que había sido una mujer que, al igual que ahora Demián, venía reparando su corazón a costa del de los demás. Una chica de 1.65, de piel medio pálida, ojos marrones profundos y un cabello que parecía un desastre castaño.

Había sido una chica que hablaba poco con extraños, que pasaba altiva por los pasillos, que no decía mucho de sí misma. Una chica que traía siempre los audífonos colgando y de vez en cuando sorprendía cuando sonreía medianamente con esos labios gruesos y besables coloreados de rojo vino. Todos sabían que había sido ella, la de la inicial "E", de la que Demián no hablaba y no quería, o no podía, saber nada. Ella se había ido hacía un tiempo, llevándose consigo algo más: la esencia de Demián.

Demián y ella en realidad habían sido una pareja bizarra. Ella siempre tuvo un dejo de oscuridad en sus ojos enmarcados de cejas súper definidas, mientras que Demián parecía sonreír con la mirada. Ella parecía perdida en su propio mundo, mientras que Demián trataba de involucrarse un poquito en el de los demás. La gente del campus los miraba cuando ambos salían a fumar juntos en las tardes frías de principio de primavera. Ella parecía sonreír más de lo normal y él parecía haber encontrado un mundo nuevo en dónde perderse. Demián la tomaba orgulloso de la mano, caminaban por los pasillos y la besaba debajo del gran árbol, frente a la entrada. Ella se quedaba oliendo a Hugo Boss y él se quedaba oliendo a flores y madera.

Tal vez en todo eso es en lo que Demián pensaba cuando se sentaba a leer su novela favorita de Bukowski, La Senda del Perdedor, que resultaba ser, también, la novela de Bukowski favorita de ella... Tal vez se sentaba a imaginar qué estaría haciendo la chica que se llevó parte de él, de su alma; la chica que le había hecho descubrir estrellas en sus propios lunares, constelaciones en sus propios rizos... Vamos, hasta le hizo escuchar bandas nuevas.

Demián se sienta bajo el gran árbol que a veces parece que aún huele a Marlboro, flores y madera; justo como ella, como su ropa, como su cabello ondulado. Se sienta a fumar sus inseparables cigarrillos mientras espera a la chica en turno, a la víctima del momento. Después, cuando la chica llega, se levanta para que le dé un beso. Entonces voltea a mirar al árbol y, como si ella, la chica que se llevó su corazón lo estuviese viendo, él sonríe en señal de venganza.