lunes, 12 de septiembre de 2016

Hábitos.

Es difícil dejar de ser lo que la costumbre te ha orillado a ser por años. Lo que es cómodo para el cuerpo, y para la mente liviano. Ser lo mejor de lo peor, lo bueno de ser malo, lo que hay, lo que se puede. Malos hábitos. Fumar por deber y no por placer, evitando gente y quedarse todo el día en casa a ver la lluvia caer. «Deberías venir, va a estar padre», dicen y saben que igual no irás, entonces se rinden contigo, se cansan de rogar.

Te quedas sentada a la orilla de la cama, pensando en alguna posibilidad para no ser la de siempre, porque ya sabes qué viene después. Es el estar aburrida de todo, lo que al menos con esa persona quisiste evitar; parece que nada funciona y pasará lo que siempre va a pasar. Estar sola casi por capricho, por un impulso momentáneo que te va a costar lo que pese esa soledad, en donde nada te llena, lo cual te tumba y te aterra, pero igual te haces a un lado cuando sientes el amor llegar.

«No entiendo qué quieres de mí, qué quieres de la vida, de qué te estás vengando o si este es tu modo extraño de amar», te dijo un viejo amor mientras encendía el último cigarro que contigo iba a fumar. Se secó un par de lágrimas que le escurrían hasta los labios y no te volvió a mirar. Los mensajes se fueron estancando, uno a uno hasta que llegaron los meses y el año en que se te 'olvidó' contestar. Los viejos conocidos se volvieron extraños, hay amigos con los que ya jamás volviste a hablar. «Ni los necesito», te decías a diario hasta que creíste que tu mentira era verdad.

Quieres rehacer tu vida pero no haces nada, lo abandonas todo, ¿será porque también te sientes abandonada? Miras tus fotos de cuando eras niña y apenas reconoces algo de ti en ella, probablemente sea sólo la mirada triste o la sonrisa un poco cuadrada, de ahí en fuera no eres tú, de ella en ti no hay nada. Se acabaron los propósitos grandes y las metas a largo plazo, se te olvidó cómo soñar, y hoy te conformas con tratar de estar bien, o al menos no estar tan mal.

Te andas buscando en los libros que parece que te dan avisos, en las canciones que parecen tu soundtrack, andas caminando por los mismos caminos para ver si ahí te puedes encontrar. Te prometiste no extrañarlo pero como no eres buena para el compromiso, a los pocos días lo volviste a extrañar. No sabes qué estará haciendo pero estás segura de que contigo estaría mejor que con nadie más, ¿por qué no se quedó entonces contigo? Te haces preguntas que te hacen llorar. A lo mejor es como dice Tino y no te faltó amor sino vivir y saber cómo amar.

Pero no sabes en qué escuela se aprende eso de querer bonito, ni a ti ni a los demás, porque ya te dijeron que ese egoísmo no es amor propio sino que demuestra tu falta de humildad. Ser el mejor no es nada cuando eres el rey pero la corona pesa y los súbditos te hacen sentir en completa soledad. El rey se sienta en su trono y besa sus propias manos llenas de joyas pero llora cuando el corazón le dice que estaría mejor si quien besara sus manos fuera alguien más.

Lo peor es que tienes clavado su nombre en alguna parte oscura de tu cerebro, esa donde maquilas la apariencia y arrumbas los consejos que te dan los demás. Lo tienes guardado junto con un discurso viejo donde le confesabas lo que no le dijiste jamás. Está allí donde te guardaste los «Te extraño» y demás palabras que se te atoraron en la garganta el día en que, como siempre, te echaste para atrás.

Y ante los demás eres como el rey con sus adornos, pero sabes que llegando la noche sufres de trastornos, insomnio y un poco de ansiedad. En la noche eres sólo carne y hueso, una mente que le piensa a todo y un corazón que no se deja de quejar. En la noche no eres tan fuerte y lloras de repente, despacito, para no despertar a la ciudad. Ciudad que duerme, ciudad en la que a veces te pierdes, ciudad que te recuerda a los que contigo ya no están.

Miras anochecer y en cuestión de nada te das cuenta de que el sol ya va saliendo; las ojeras se te marcan un poco más. El desinterés va ganando terreno mientras miras el despertar del cielo sereno que a veces es el único que te ve llorar; y a veces ni él, a veces no lloras, a veces eres de hierro y no sabes lo que es sufrir, y te vistes de orgullo y enciendes el tabaco para poder salir.

Al final eres la de siempre, la que da alas y convierte a los hombres en ángeles por un rato pero luego les corta las mismas cuando empiezan a volar, y aunque no le dices a nadie, sabes que dentro disfrutas de verlos estrellarse cuando creyeron que a ti iban a poder llegar. Disfrutas el show hasta que recuerdas de aquella vez que también fuiste un ángel y alguien te hizo caer, ¿lo peor? Te caíste sola porque a medio vuelo se te olvidó cómo querer.

Ilustración de Julian Landini


























No hay comentarios.:

Publicar un comentario