martes, 24 de noviembre de 2015

Pequeñas Historias. IV | 3:27 A.M.

La vi y supe que era la chica atrapada en el Hotel California,
y sé que lo es porque también está un poco muerta;
es un poco fantasma y un poco poeta,
y se refugia en bares oscuros en noches como esta.

Después de unos tragos ya era yo uno más,
en la fila de chicos a los que llama "amigos" me fui a formar,
amigos a los que puede comerse a besos,
amigos de los que nunca se enamorará.
Hace tres años que la veo bailar cuando se convierte en Janis Joplin,
hace tres años que mientras vuela con la música yo la miro como un fan.
Su cabello se mueve con la gracia de una bailarina de vals.
La miro bailar y es ver al cielo cuando está nublado y a punto de llorar.

Me dice que me ama a las 3:27 de la mañana,
cuando el alcohol le cala y la hierba la atrapa.
Dos lunares en sus nalgas me dicen que es una trampa;
lo sé pero el movimiento de sus caderas me llama.

Aprisiona siempre a mis costillas con sus piernas,
y su sexo queda en mi pecho, 
besa a mi corazón con el palpitar de su juego lento.
Le digo que no pare y sonríe tierno.

Las noches se me pasan como agua entre los dedos,
el tiempo en realidad no importa cuando la beso.
Sé que en la mañana habrá parecido un sueño
y me dejará desvelado pero sonriendo.

En las mañanas casi nunca la encuentro a mi lado,
sólo hay una nota con un "te quiero" al lado de un café helado.
Tomo esa taza de café como si estuviera recién hecho,
leo esa nota como si fuera cierto.

Hay un par de chicos que la buscan siempre,
resultan verse tan patéticos de lejos,
luego me doy cuenta que no tengo por qué sentirme superior;
ellos son sólo mi espejo.

Mi chica los mira como me mira a mí,
como quien mira a un perro lastimado,
y eso es suficiente cariño para alguien como yo,
alguien que no sabe qué se siente ser amado.

Casi siempre compro mis cigarros pensando en ella,
en que es ella quien de veinte se fuma quince,
me gusta que fume mientras me habla de su día
aunque no me pregunte nunca yo qué hice.

Me digo a mí mismo que tengo suerte de verla,
tengo suerte de ser yo el perdedor en el que se ha fijado;
por primera vez en mi vida siento que gano algo,
aunque cuando se vaya sé que me dejará quebrado.

Últimamente pienso mucho en su partida,
en qué será de mí y mi vida,
qué será de las madrugadas cuando ella no esté,
qué será de mis cigarros y mi taza de café.


























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