La semana pasada volvió a preguntarme lo que me había preguntado ya muchas veces. Me lo había preguntado cuando estaba aquí, cuando era mi vecino y lo veía diario. También me lo había preguntado cuando las cosas no parecían ir muy bien y nos habíamos distanciado. Me lo preguntó también la primera vez que intentamos sobrellevar algo bueno a la distancia.
«¿Qué somos?» Nunca supe bien qué decirle. "Novios" siempre parecía la respuesta más acertada. Pero no, no éramos novios. Ahora tal vez tampoco lo seamos. Nos conocemos demasiado en distintas formas, conocemos nuestra evolución a través de la vida y conocemos también los porqués y las historias detrás de cada trauma. Ahora que lo volvió a preguntar, sé qué no somos, pero aún no sé que sí. Ante su pregunta yo sólo sé sonreír y encogerme de hombros. Él entiende que no sé, así que también ríe; tal vez ni él sepa, por eso me pregunta. Temo que se enoje, que crea que no lo quiero como en realidad lo quiero, que crea que no lo extraño como en realidad lo extraño.
Esta semana, pensando que estaba enojado o sentido conmigo por no haberle podido responder, me acerqué a él de modo cauteloso. Él estaba de lo más normal. Entendí que él había entendido, que tal vez por fin sentía lo que no podía explicarle.
«Yo tampoco sé qué somos, te pregunto porque siempre tú eres la que siento que sabe más de estas cosas. Soy un torpe. No tenemos que ser algo en específico, ¿sabes? Si quieres que a lo nuestro se le llame noviazgo, amistad, cariño, magia... que así se llame. Lo que me importa es que está, y estamos, y somos. Fluimos.»
Jamás habría podido haberlo dicho mejor. Sí, fluimos. No sé a dónde, pero navegamos en este mar de vida.
Tal vez, en el mundo de los dioses inmortales donde los humanos somos simples hormigas, él y yo andemos tripulando en barquitos de papel que los pequeños dioses juegan. Y los dioses nos unen un día sí y el otro también. A veces a su barquito se lo llevan lejos, pero él, desde sus olas, me manda mensajes en botellas. Y yo voy por esos mensajes, los atrapo aunque me dé miedo nadar en aguas profundas. Tomo las botellas y leo sus palabras, entonces sé que no nos hemos perdido del todo, que seguimos fluyendo en lo mismo aunque no nos veamos.
Un día los dioses que juegan con nosotros decidirán si nos dejan viajar en el mismo barquito de papel, o si cada quien se dirige a un mar diferente. O tal vez él se convierta en un náufrago y yo en un pirata, o él en un barco fantasma que pase de vez en cuando por mis memorias, o yo seré una sirena que le cante para dormir. Todo podría pasar, podríamos ser de todo, o no ser nada.
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