jueves, 26 de febrero de 2015

Números primos.

Supe que lo quería allí, en medio de una fiesta, en medio del humo azulino de cigarrillos y botellas de alcohol. En medio de la gente que hablaba de estupideces como de quién había cogido con quién en el baño y quién se había metido una línea de coca en el jardín. En medio de la música y la algarabía de gente que no sabe por qué vive o para qué, allí lo supe. Lo supe porque entre todo el ruido y la, aunque mala, abundante compañía, pensaba en él. Pensaba en qué estaría haciendo ese sábado por la noche. Pensaba en que tal vez estaría en su casa haciendo tareas o, tal vez, descansando de una pesada semana en la universidad.

Pensaba en que tal vez estaba recostado en su cama, escuchando música con los audífonos colgándole de los oídos, o tal vez estaba mirando Los Simpson, riendo levemente con esos labios delgados que le forman dos leves comillas al sonreír. Pensaba en él como preocupada, interesada en saber qué hacía, sólo por saber y nada más.

viernes, 13 de febrero de 2015

Cuarenta y tres atardeceres.

El tiempo pasó y su perfume caro se difuminó por completo del suéter con el que ella durmió por última vez. La almohada ya también ha perdido el olor de su shampoo y ese otro olor dulce que parecía siempre tener pegado en la piel. Yo aún no pierdo la costumbre de mirar a su lado de la cama todas las noches, ni he dejado de abrazar su almohada, como si quisiera encontrarla a ella de nuevo. No pude con su realidad, pero ahora la mía tampoco me cuadra.