Alguna vez, una amiga me dijo que prefería juntarse con hombres porque nosotros, a diferencia de las mujeres, no perdemos el «niño de la mirada», luego me explicó que eso significaba que, según ella, los hombres siempre reflejamos a un niño interior, el niño que fuimos algún día y que aún vive en uno. No supe si creerle del todo, al final yo veo a un cabrón en frente de mí y es sólo eso, un cabrón; un cabrón mamado, o con barba, o mal encarado, o alto, o con cara de lacra. No puedo, por más que intento, encontrar niños en ningún güey, y para ser honesto, tampoco en las damas veo niñas tiernas saliéndoles de la mirada; o todos son cabrones o simples viejas, y yo necesito conocer a una persona para saber si son algo más que un cúmulo de células y átomos en forma de carne y huesos.
Esa misma amiga, tan preocupada por la infancia interior de la gente, es la misma que esnifa todo aquél producto que la ponga arriba. Una línea para bailar, una línea para no bailar, una línea para coger, dos para no coger, tres para no enamorarse, cuatro para fingir que sí está enamorada, una más para no dormir y cinco para no soñar más. Es la misma que llega vestida de princesa y sale oliendo a señor de 52 años que fue a un putero en quincena, la misma que con sus labiecitos rojos te dice "te quiero", despacito, como para que apenas la escuches, y al otro día te dice "no mames, ya son las tres, ya me voy", y te deja ahí como preguntándote qué día será el que no se vaya y se quede a despertar por completo junto a ti.
Pero ella se sentía bien siempre, y muy de "saca las chelas y vamos a ver un partido, ¿no?", y habla apenas un poco del último pendejo que la madreó porque no se le dejó mangonear. «Sí, me puso un madrazo el wey, por eso ya valió madre», dice muy segura, pero me río en mis adentros porque sé que no valió y que seguro ella le va a llamar a las 4:08 AM, cuando esté muy peda y hable como barriéndose, y le va a decir que sabe que ella tuvo la culpa, y volverán. Después estará aquí, esnifando esas cuatro líneas que la hagan sentir enamorada de una persona y no de una sustancia. Pero ella no ha estado enamorada nunca, ella habla bonito, escribe bonito, besa bonito, ella hace reír bonito, ella coge bonito, ella huele bonito, ella te hace sentir bonito, pero nada de eso es amor.
Un día, cuando estaba en una de esas crisis en las que quiso dejar toda sustancia de lado, incluso el cigarro, porque "ya me voy a portar bien" pero terminó gastando su quincena con el dealer del barrio, me llamó. Estaba muy mal, eso de reformarse le salió fatal y ahora sentía su corazón salirse del pecho. No quería una ambulancia, quería que yo estuviera allí; no quería que la salvaran, quería que, pasara lo que pasara, no estuviera sola, ese era su miedo de siempre.
Llegué y la vi en el suelo de la cocina, enroscada en sí misma, agarrando su pecho con una mano y con la otra su cabello. Me senté junto a ella y le pregunté que qué pedo, y casi la regañaba cuando ella me miró y la vi, vi, por primera vez quizá, una niña en sus ojos. Y era ella misma pero inocente de todo, una niña que tampoco sabía qué pasaba, que no entendía qué era lo que esta mujer le hacía a su cuerpo, a su mente.
No la regañé ni le dije nada, sólo la abracé; ella lloró y yo con ella, luego tomé un pañuelo y me puse a limpiarle la cara. Veía a esa niña mientras le limpiaba restos de un misterioso polvo blanco que se asomaba de sus fosas. «Algún día, hace años, alguien limpió de esta carita un par de moquitos, no cocaína», pensé.
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