sábado, 8 de marzo de 2014

La pequeña nena de papi ya no es una nena.

Imagina que ya eres un anciano, que te miras a esta edad a través de un cristal, ¿cuánto tiempo tendrás que mirar atrás? Imagina que el espejo en vez de reflejar las arrugas y manchas de tu piel, de tu edad, reflejan lo que eres hoy; un espíritu joven con básicamente todo por delante.
Pero en vez de alegrarte por verte ahí, de nuevo joven, te das cuenta de cuánto has dejado atrás, de todo lo que ya no eres, lo que tu cuerpo en complicidad con el tiempo te han hecho. Ahora eres un esclavo de los achaques, de las molestias típicas de la tercera edad, de las varias enfermedades, incluso de trastornos mentales que te hacen temblar u olvidar cosas.

Mirarás a los jóvenes con cierto aire de tristeza, casi envidioso de ellos. Pero, ¿qué estás haciendo hoy para poder un día mirar atrás sin sentir que te ha faltado algo?
Creo que si uno hace hoy, que se puede mover de acá para allá casi sin ningún pero, sin complicaciones más que las externas y mayormente materiales, si uno hace todo lo que debe, puede y quiere, cuando se llegue a ese momento en donde los cabellos se tiñen de gris, vamos a estar más que felices de ser quienes seamos en ese momento.
Sí, extrañaríamos igualmente los viejos tiempos, a la gente, los lugares, pero no de una manera melancólica. 
Seríamos capaces de mirar atrás con felicidad y una nostálgica sonrisa en el rostro, los recuerdos serían como fotos enmarcadas en oro, como flores preservadas en un libro.
Muchos tenemos miedo a cómo va a ser eso, mirar hacia atrás, ver lo que ya no es, pero no hay que ir tan lejos para hacer ese tipo de pensamientos introspectivos, basta con hoy pararse frente al espejo y busca al niño que solíamos ser hace unos años.
Hemos de buscar a ese niño de 7 años que jugaba todo el día a lo que fuera, que nunca se aburría, que no se preocupaba. Hemos de encontrarlo y ver si es que somos lo que a esa edad pensamos que seríamos en este tiempo. ¿Lo eres?
¿Eres lo que querías ser de niño? Tal vez no seas una princesa o un vaquero, tal vez no seas actriz de Hollywood o agente de la C.I.A., pero a eso no me refiero. Me refiero a si es que somos aunque sea la mitad de buenas personas, la mitad de inocentes, la mitad de soñadores de lo que hubiéramos querido ser.
Algunos no lo somos; ni la mitad ni la mitad de la mitad siquiera. Algunos simplemente parece que somos otros, que somos personas diferentes, completamente diferentes a lo que de niños nos imaginábamos. Incluso llegamos a ser todo lo contrario.
Algunos nos convertimos en el tipo de persona que de niños nos asustaba; el tipo de persona mala o viciada que parece que no se interesa por nada. Somos el tipo de persona que llegamos a juzgar, el tipo de persona al que nuestras madres siempre alejaron de nosotros por ser considerados “mala influencia”. Algunos somos eso.
Nos transformamos a tal grado, que supimos que nuestro niño interior, ese que se supone que vive en nosotros incluso hasta viejos, se ha dormido para siempre, o al menos eso parece. Nos transformamos en la mala influencia de alguien más, en el no-ejemplo de muchos otros chavales que apenas empiezan el viaje.
Cambiamos las horas de juego por horas de ocio, los caramelos por cigarrillos y los peluches por vodka. El licor barato ya no nos hace daño, ya aprendimos a esconder cosas; desde chupetones hasta heridas, y no hablo sólo de heridas físicas… Y lo peor que nos puede pasar ya no es ir a la cama sin postre, de hecho si no comemos nos sentimos mejor. Sustituimos las pesadillas con monstruos salidos de debajo de la cama por realidades en donde el monstruo sale de nuestras mentes. El monstruo somos nosotros.
¿Podemos ir atrás? ¿Podemos mirarnos en ese cristal, en ese espejo y hacer las paces con nosotros mismos? ¿Podemos despertar a nuestro aterrado niño y abrazarlo? Si tú puedes, hazlo.
Abraza a tu niño, tan fuerte, que sienta que está en un lugar seguro, que sepa que aún lo recuerdas, que aún eres parte de él y él de ti. Abrázalo. Abrázate.

Tal vez ese sea un buen principio para vivir el resto de tu vida y, un día, dentro de muchos años, poder mirar atrás y ver que sí lo hiciste todo, que te salvaste a ti mismo y fuiste capaz de darte un chance de ser feliz.