miércoles, 9 de abril de 2014

Cóncavo y convexo.

«¿Qué estaba pensando cuando me fui a fijar en ti?», me pregunto y sigo sin contestar.

Al fin y al cabo ni combinamos, ni nuestros nombres se llevan, ni nuestros apellidos riman. Y ni vivimos cerca, para acabarla de chingar.

A usted le gusta salir a caminar; aún bajo el sol quemante. Yo prefiero ver a la calle desde mi ventana, casi burlándome de los que disfrutan los días soleados. Usted ríe incesantemente a lo largo del día; como si ser feliz fuera su modo de respirar, como si esa sonrisa que usted tiene en los labios fuera un permanente tatuaje. Yo por mi parte vivo casi en seriedad absoluta y, de nuevo, me burlo un poco de aquellos que traen pegada esa tonta mueca en la cara.

Usted también gusta de convivir con gente, con sus amigos; de tener esa feliz vida social que se supone a todos les debe gustar. Yo apenas si soporto a algunos de mis familiares, a dos o tres amistades y, tan pronto como me es posible, quiero regresar a casa, me urge estar a solas en mi habitación.

Usted vive sin prisas, tan relajado de la vida. A mí parece que me persigue el tiempo, que me espera un reloj en cada esquina, que la hora se acaba, que los minutos no alcanzan. Y, aún así, se me hace largo el día.
A usted le fastidian los días de lluvia, los de nubes grises; los considera tristes. En cambio, para mí esos días son los mejores, los más felices. La lluvia me calma, las nubes me tranquilizan, hasta ganas de salir me dan, aunque afuera llueva y los coches me empapen cuando van de prisa.
Usted ve el lado positivo de todas las cosas, para usted no hay problema demasiado grande como para no ser resuelto; para usted el vaso siempre estará "medio lleno". Yo debo ser la persona más pesimista que exista, la persona con más miedos, la más desconfiada. Y digo que a eso se le llama ser realista, porque en un mundo como en el que vivimos, o chingas o te chingan, y uno no puede estarse tranquilo esperando a ser chingado. Y si mi vaso está siempre "medio vacío", es porque alguien ya me lo ha agujerado.
Usted atrae a la gente como rockstar a las groupies, como miel a las abejas, como la luna a la marea. Yo ahuyento a cualquier posible amigo y pretendiente con mi solo mirar.
De usted la gente tiene la estampa de ser una persona sencilla y relajada; alguien cómodo consigo mismo y su alrededor. Yo doy la impresión de ser una persona enojada, de malas, seria o, en el peor de los casos, de ser un personaje mamón.

Y es que no somos iguales, y es que ni siquiera nos parecemos… Porque usted gusta del café con leche y dulce, de tomar por diversión, de andar en bicicleta y no le molesta ser el centro de atención. Yo tomo mi café cargado y negro, si tomo es porque por algo quiero perderme en el alcohol, prefiero andar en metro y, extremamente, odio ser el centro de atención… aunque casi siempre lo soy.

No le vamos a los mismos equipos, nuestras ideas políticas son casi contrarias, no tenemos la misma idea de lo que es la revolución. No dormimos sincronizados pues mientras usted duerme temprano y a sus horas, yo me encuentro despierta hasta las 3 o 4 de la madrugada pensando en no sé qué cosas.

Y aún así me fijé en ti.

Tal vez… tal vez sea porque, aunque a mí no me gusten los días de sol, amaba caminar contigo bajo sus rayos con tal de ver tus mejillas enrojecer, y amaba también que bajo esa luz tus cabellos y tus ojos se tornaban aún más claros, como con tonos de miel.
Tal vez sea porque aunque yo no ría mucho ni muy seguido, contigo todo era divertido. Contigo hasta un gesto de tu rostro me hacía soltar una leve carcajada, y dibujabas, con una mirada, una estúpida sonrisa en mi cara; sonrisa que no se iba a veces en horas, a veces en días.
Tal vez sea porque aunque parecías siempre estar rodeado de gente, los dos buscábamos un momento para estar solos, momento que yo por supuesto disfrutaba, momento en el que podíamos estar en silencio absoluto y ser los dos ermitaños más felices del mundo.
Tal vez sea porque a pesar de estar en continua tortura respecto al tiempo, cuando sostenía tu mano todo alrededor se tornaba pausado, lento, suave y ligero como viento. Cuando estaba contigo el reloj se detenía, las horas a veces volaban más de prisa, a veces parecía que simplemente morían; pero nada importaba, porque afuera de nosotros no existía el tiempo, no existía nada.
Tal vez sea porque cuando me veías contemplar la lluvia desde mi ventana, llegabas detrás de mí y me abrazabas; no decías nada, sólo sentías mi corazón latir y eso era suficiente para ignorar que los días grises no eran bonitos para ti. Y así como yo a regañadientes caminaba contigo bajo el sol, tú caminabas conmigo bajo la lluvia. No te importaba si te enfermabas, si tu cabello ondulado se mojaba, si la gente raro nos miraba; tú lo hacías feliz porque así me complacías a mí y, después de todo, entendías que no era tan malo un día gris.
Tal vez sea porque me sacabas de mi amargura cotidiana, porque en cuanto me veías hundirme en mis extraños pensamientos, cuando veías que se asomaba la tormenta perfecta, te acercabas con una palabra, con una sonrisa, con una tonta mueca, y hacías que a todos mis problemas les diera la vuelta y, uno por uno, sacabas a mis demonios amablemente por la puerta. Si mi vaso se empezaba a “medio vaciar” de nuevo, me convidabas del tuyo; siempre lo llenabas de agua fresca, de palabras amables y besos de tus labios de fresa.
Tal vez sea porque cuando estábamos juntos, aún al ser tan disparejos, yo recibía las miradas como un cumplido; alegre de saber que un ser tan perdedor como yo pudiera estar contigo.
Tal vez sea porque cuando andaba contigo por las calles, tenía siempre una sonrisa de oreja a oreja, porque cuando me mirabas tú, todo el día era una constante sorpresa, porque con usted yo regresaba a mi infancia en donde siempre estaba alegre y nunca de malas. Y hasta la gente lo podía notar, notaban que mi semblante cambiaba con sólo unos minutos de con usted platicar, de sólo un momento de estar contigo; es que tú y yo éramos como niños jugando a ser algo más.

Porque no, no voy a mentir, no éramos iguales ni parecidos, y tal vez nunca lo hubiéramos sido, pero de alguna bizarra forma, encajábamos en nuestras vidas, en nuestras ondas. Yo estaba feliz de ponerle crema, leche y azúcar a tu café, aunque de vez en vez me decías que me había quedado amargo; igual te lo tomabas. Te miré decenas de veces tropezar mientras vivías una más de tus borracheras, pero eras tan cómico ebrio, que era como mirar mi show favorito los viernes o sábados por la noche. Tampoco podíamos pasar desapercibidos, pero cuando estaba contigo, como que tomaba coraje y salía mi “yo” extrovertido, y era un placer andar por la calle llamando la atención de los desconocidos…

Las burlas de cuando perdía mi equipo de fútbol o el tuyo, terminaban siempre en peleas de cosquillas y almohadas; muy a lo película boba americana, pero era lo mejor que nos pasaba. Y no importaba si en la política no nos llevábamos bien, igual siempre estábamos de acuerdo en que el país está de la chingada. Y aunque envidiaba de sobremanera la forma tuya de dormir, tan fácil y rápida, me gustaba más contemplarte hacerlo. Recuerdo estar a las 3 de la mañana pensando y escribiendo hasta que volteaba a mirarte y eras la quietud en persona, la calma encarnada. Si de plano escuchabas mis ruidos en la madrugada, despertabas, pero no de malas, a pesar de que al otro día tenías que irte a las 7 de la mañana; a ti eso no te importaba, nos quedábamos platicando hasta que por fin mi sueño llegaba…
Caray… pues por eso me fijé en ti, por eso y por cosas en las que sí nos parecíamos, como la música que hace el soundtrack de nuestras vidas con sus mil canciones y melodías, y las películas que veíamos. Porque preferíamos quedarnos a mirar las estrellas antes que ir a fiestas, porque el silencio no nos incomodaba; no teníamos que llenar nuestras charlas de palabras tontas, ya nuestros ojos hablaban por nosotros y eso era suficiente para conocernos otro poco. También nos gustaba recorrernos con miradas; mientras tú acariciabas mi cabello, yo en tus pecas me arrullaba…

Y después de pensar en esto tanto, después de poner atención a las cosas, ya tengo mi respuesta. Usted y yo éramos como el cóncavo y el convexo; no éramos iguales porque no debíamos serlo, ése era el chiste de todo: ser complementos.