martes, 22 de abril de 2014

Pequeño.

Pequeño.

Hola... Hoy quise escribirte a ti, no quise perder el tiempo escribiendo poemas baratos a gente que, muy probablemente, ni los lee, y si los lee, no los entiende. Hoy te dedico unas palabras a ti, porque sé que debí hacerlo antes y no lo hice.

Primero que nada, quiero agradecerte por todo, por haber estado aquí todo este tiempo, conmigo, aunque no te vea, pero conmigo. Sé que muy poca atención te pongo, sé que mucho tiempo ha pasado, pero tú siempre has estado aquí. Sé que te debiste sentir muy triste al mantenerte escondido, y también sé que tienes el derecho a estar resentido.
Te quiero agradecer que hayas soportado tanto en esos siete años, que hayas sido la persona que me hubiera gustado ser a mi edad. Gracias por aguantar tanto, gracias por soportar desde miradas hasta burlas, desde caídas hasta heridas. Gracias.
Gracias por ser el soldado que se fue para no ver más guerra, y aunque ahora eso me afecta, sé que lo hiciste por protegerme, y eso es lo que importa. Importa que hayas aprendido a no llorar, a no quejarte, a que así es la vida. Importa que me pusieras una capa encima, capa que no dejó, y sigue sin dejar, que la gente malintencionada me afecte; ni siquiera me llegan.
Importa que aguantaste como los grandes, que entendiste todo a la perfección, que trataste de usar las cosas a tu favor; diera o no resultado al final.

Te echo de menos, te he echado de menos toda mi vida; siempre sentí que me faltaba algo, pero nunca supe qué. O tal vez sí lo sabía, pero es más difícil aceptar. Y no te extrañé enseguida porque no hubo despedidas, porque no noté la partida sino hasta hace un tiempo que de verdad me comenzó a afectar.
Debo decir que a mamá y a papá les acomodó un poco el que te fueras, no te voy a mentir. El hecho de que yo me hiciera más responsable y madura, fue motivo de halagos sin fundamentos, ellos nunca supieron que era así porque tú ya no estabas, y es que ellos tampoco lo habían notado sino hasta hace unos años en que comencé a ser una lata.

Pero extraño tanto esos tiempos… Extraño las risas y los juegos. Extraño tu sonrisa sincera, sin dejos de tristeza como los que yo ahora guardo en la mía. Extraño incluso los días de colegio; los cuentos que inventábamos, las travesuras del recreo, los regaños de los maestros.
Extraño que vivieras relajado, que aún teniendo ya desde entonces un carácter fuerte, eras más capaz de hacer amigos, eras más capaz de reír a extraños, de soltar carcajadas.
Extraño que fueras extrovertido, que podías bailar y cantar ante los demás, y no porque no te importara su opinión, sino porque eras realmente libre de ser.

Pero también quiero pedirte perdón. Perdón por haberte dejado ir tan así, tan fácil, tan segura de que iba a estar bien sin ti. Perdón porque te dejé aprender a no llorar, porque te dejé aprender a reprimir, porque te dejé amargar.
Perdón porque te dejé guardado por años, porque sé que estuviste solo en tu escondite. Perdón porque no regresé jamás a jugar, porque junto contigo, perdí mucha inocencia.
Perdóname.

¿Te acuerdas de las tardes a la salida de la Primaria cuando íbamos de la mano de papá a casa con algún caramelo que él gustoso nos compraba? ¿Recuerdas las peleas con mis hermanos, los berrinches y el drama? Yo sí. A veces me encuentro a muy altas horas de la noche pensando en eso, en cómo hubiera sido si te hubieras quedado conmigo aunque sea un poco más de tiempo.
Es impresionante cómo el recordar es vivir. A veces, si lo recuerdo con la fuerza suficiente, cierro mis ojos y puedo sentir claramente el olor a lápices, libros nuevos y caramelo. ¿Desde allá lo puedes oler tú también? Casi puedo recordar los sabores de los dulces y las emociones que trae consigo la constante sorpresa cuando se es niño.

Recuerdo las decenas de amigos, las fiestas de cumpleaños, las fotos, los regalos. Recuerdo las palabras que nos marcaron de parte de nuestros padres y hermanos, esas frases raras que por alguna razón se guardan en un cajón muy especial. Recuerdo el miedo paralizante que le tenías a la oscuridad, miedo que aún tengo. Las bromas pesadas que te hacían mis primos y hermanos con tal de hacerte llorar.

Y te he necesitado. Necesité de ti todos estos años, pero jamás supe cómo dejarte salir, cómo recuperarte. Quise muchas veces simplemente regresar, porque para ser honesta, ¿qué de bueno hay acá como para que vengas? No, es mejor regresar. Pensaba que si lo deseaba lo suficiente, un día entre recuerdos, iba a viajar en el tiempo, a esa época, a esos años, contigo.
Pero nunca pude, y crecí sin ti pero contigo.


Sé que te he hecho mucho daño, sé que te abandoné más yo a ti que tú a mí. Sé que tal vez estás demasiado asustado como para salir… yo sé.

Te imagino solitario, jugando en las banquetas de mi imaginación, jugando con piedritas y latas a la guerra y al fútbol. Te imagino pensando en mí como yo pienso en ti; tratando de llamarme para que te haga compañía y te ayude a no estar tan solo, al menos por un rato. 

Tú, mi pequeño niño interior... ¿cuánto daño te he hecho todos estos años? Y tú, aún así, sigues allí adentro, sé que sigues riendo de la la vida porque para ti todo es un juego, y lo que para mí han sido 13 años, para ti habrán sido sólo 13 minutos de jugar a las escondidillas. Si es así, ven, ya te encontré.

Un, dos, tres por el pequeño que está detrás de mi sonrisa...
Un, dos, tres por mí y por todos mis recuerdos...