"Soy una granada, y en algún momento explotaré, así que me gustaría que hubiera el menor número de víctimas posibles."
Ella es el tipo de chica que todos quieren o estarían alegres de tener, eso sí, en sus ratos buenos; en cuanto sus demonios se asomaban, la mayoría salía huyendo de ella. Ella se acostumbró a ello, y para cuando yo llegué a su vida, ya no tenía ilusiones en lo que ella llamaba “un amor pendejo” o en siquiera encontrar a alguien que la quisiera de verdad, con todo y todo; ella ya no buscaba ni se dejaba encontrar.
“Yo no quiero a alguien que me quiera sólo por mi supuesta linda cara, por las veces que intento ser mejor y no ser tan idiota, porque les asombre tal o cual cosa de mí o porque crean que me pueden rescatar de esta mierda de infierno; yo quiero a alguien que me quiera sin maquillaje, que me quiera aún a sabiendas de lo verdaderamente pendeja que soy, y que sepa que, de forma natural, soy así de imbécil. Que me quiera aún si no resulto ser todo lo que se esperaba de mí, que me quiera aunque sepa que jamás voy a salir de este pozo de desastres mentales y emocionales”, me dijo un día ya muy ebria pero bastante lúcida; yo sólo reí. Resistí a las ganas de decirle “yo te quiero así”, resistí al impulso de besarle los labios sabor a vodka; me resigné a secar sus lágrimas, quitarle sus sucios Converse, acostarla en cama y cobijarla.
Hacía 2 meses que vivía en mi apartamento luego de que, como un Kurt Cobain de los 2010’s, se escapara de una clínica tipo rehab en donde sus padres la habían internado. Yo le dije que venirse a vivir conmigo era la mejor opción para ella, aunque creo que en realidad lo hice por mí.
La conocí hace casi 10 años entre amigos de la escuela. En realidad nunca compartí un salón de clases con ella, pero no me hacía falta, con todo lo que mis amigos que la conocían decían de ella, me era suficiente para conocerla. Recuerdo haberla visto de lejos con sus cabellos tipo melena de león en castaños claros y oscuros, con su actitud de siempre y un aire taciturno que imponía algo de miedo. También recuerdo el haberle hablado un par de veces antes de hacernos amigos, la primera vez lo único que ella me dijo cuando le pregunté su nombre fue “¿Y tú quién chingados eres?”, me asusté bastante, pedí disculpas como si hubiera hecho algo malo y me fui. La segunda vez que me le acerqué por fin me dijo que se llamaba Angie, eso sí, acompañado de un “¿Tienes un cigarro que me regales?”, le contesté que no (yo en ese entonces ni fumaba), así que después de decirme, con cara de odio, “chido, güe”, se alejó de mí para buscar cigarros por otro lado. Y así fue como empecé a fumar, como para tener una excusa a la próxima; me funcionó. Me acerqué por tercera vez con una cajetilla de Marlboro’s rojos, con mi sonrisa de Marlon Brando y actitud mamerta a decirle “¿Fumas?”, creo que hasta los ojos le brillaron cuando le ofrecí un tabaco.
Desde entonces fuimos inseparables; no hay mejor inicio de una amistad con ella que invitarle un cigarro. Una cajetilla de Marlboro’s puede hacer milagros.
Pero ahora la historia era diferente con ella, después de ser “novios” (ella no cree que ese término sea el adecuado pues para ella siempre seremos amigos), fuimos amigos con derechos y ahora éramos simplemente roomies. Lo nuestro no funcionó porque ella siempre me decía que yo era demasiado buena persona para ella, que debía hacerle caso a otras tipas que andaban atrás de mí, que con ella perdía mi tiempo. Tal vez era cierto y perdía mi tiempo, pero jamás perdí la esperanza de, o yo volverme tan malo como para estar con ella, o ella volverse tan buena como para poder estar conmigo; eso jamás sucedió.
En cambio, me resigné un poco a seguir siendo su amigo; es mejor ser amigo de Angie que no ser nada de ella.
Su familia es de dinero, ni ella ni sus hermanos han tenido nunca la necesidad de trabajar o estudiar para pasar los semestres, pero parecía como si ella sola se pusiera en el papel de marginal social y se esforzaba lo más posible para reprobar y, si era posible, ser expulsada de cada escuela que pisaba. De igual forma trabajaba de lo que fuera, de mesera, de cajera, preparando cafés en un Starbucks… Ahora era baterista de una banda semi famosa de Indie Rock. Angie decía que era como el “Sid Vicious de la bataca” porque no sabía tocar la batería de manera profesional, pero era más importante la actitud que el talento. “Por eso es Rock”, me decía con su sonrisa de media tarde. No le iba tan mal, a pesar de no ser pro en la batería, la gente la quería mucho y, a decir verdad, ella era tan importante como el mismo vocalista; era como el logo del grupo, así que no la podían echar de la banda. Y ni querían porque, como lo dije, ella es el tipo de morra de la que prefieres ser amigo, aunque sea, a no ser nada. Los chicos de la banda la querían bastante, le soportaban que se comportara como una diva de vez en vez (sobre todo pasada de copas), o que llegara tarde a los ensayos. Y no es como que la banda fueran los Beatles de México, pero ganaban bien, al menos lo suficiente para los vicios de cada uno; y eso era más que suficiente para Angie.
Y muchos conocían a esa Angie, a la que se ponía como Dave Grohl detrás del bombo y las tarolas, a la que traía el cabello hecho un desmadre, a la que se llevaba a sus groupies detrás del escenario, a la que se emborrachaba e intoxicaba cada noche, a la que jugaba a ser rockstar de vez en cuando. Yo conocía a la Angie que bailaba como hippie en Woodstock cuando escuchaba a Tame Impala, a la que le daba de comer a los perritos de la calle, a la que jugaba videojuegos conmigo los sábados por la tarde, la que me preparaba hot cakes los domingos en las mañanas. Yo conocía a la Angie que se emocionaba y gritaba viendo un partido de fútbol, a la que me insistía para ir a ver las luchas, la que al entrar al cine gritaba “¡Ya llegué!”. Yo conocí a la Angie que se reía por todo, a la Angie a la que le daban miedo la oscuridad y las mariposas, la que casi siempre estaba de buen humor (o al menos lo intentaba). Yo conocí a la Angie que lloraba leyendo El Principito…
Y aunque a veces me sentía un poco mal de que pocos conocieran a la misma Angie que yo, la verdad es que era más fuerte el sentimiento de orgullo y alegría por ser yo, un tipo cualquiera, quien la conocía de tal manera. Jamás conoceré a alguien igual en mi vida, y no es necesario, con una como ella en la vida, es más que suficiente.