miércoles, 21 de mayo de 2014

To Kurt.

Lo vi llegar del otro lado del túnel; por primera vez después de años él pudo verme de nuevo. Me miró por un par de minutos entre cerrando los ojos para visualizarme mejor entre la poca luz que me envolvía. Me acerqué un poco más a él; la luz me llegó a las pupilas como si despertara después de mucho tiempo, sentí cómo los nervios de mis ojos se retraían ante aquella energía. Él, al verme mejor, sonrió. 

¡Eres tú!, me dijo sorprendido y algo asustado, yo le sonreí de vuelta. Llegué hasta donde se hallaba y lo miré hacia arriba. Eres alto, le dije algo apenado, recuerdo cuando jugábamos de pequeños... bueno, cuando tú lo eras.
 Me dio miedo preguntar si él aún me recordaba, si aún recordaba los días en que yo estuve para llenar su soledad o las noches en que nos escondíamos debajo de las sábanas para no escuchar los gritos de sus padres, así que sólo lo tomé de las manos y lo ayudé a pasar por debajo del túnel.
Sus manos eran frías, recuerdo que desde niño siempre tenía esa temperatura. Parecía un pequeño helado de vainilla que corría por allí desnudo, ingenuo, feliz. Corríamos por los jardines de los vecinos, a veces cerca del río cuando su mamá o alguna de sus tías nos llevaban. Recuerdo todo como si él aún tuviese 5 años y yo fuera aún su mejor amigo. 
A mitad del túnel me sujetó más fuerte de la mano; apretó mi mano a tal grado que tuve que mirarlo para ver qué pasaba. Él me miraba. Me veía, y sus lágrimas parecían goteras cayendo en mi cara. ¿Qué pasa?, le pregunté; él no contestó y miró hacia enfrente; seguimos caminando hasta que salimos de la oscuridad.
Ya en la luz me soltó de la mano y se sentó en el suelo. La luz de aquel sol le iluminaba los cabellos rubios que parecían más dorados que el mismo astro. Sentado ahí, sus ojos quedaban a la altura de los míos; él aprovechó eso para mirarme mejor. Subió sus delgados dedos a mi rostro y revolvió mi cabello con una tierna sonrisa en su cara, después miró mis manitas y las abrió para tocarlas por dentro; era como si buscara algo en las líneas de mis palmas, me hacía cosquillas.
De pronto agachó su cabeza y la escondió entre sus rodillas y sus manos lo cubrían. Oye, ¿qué tienes?, le dije preocupado. Nada, me dijo sin mirarme a los ojos. Creo que no quería que lo viera llorar, pero podía ver cómo sus lágrimas mojaban la tierra que estaba junto a sus pies. Oye, no llores, ¿qué no te da gusto verme?, le pregunté. Él volteó por fin su cabeza hacia mí y me contestó: Sí, eso sí, pero, ¿sabes cuánto tiempo ha pasado? ¡Más de 20 años! 20 años en los que pasaron tantas cosas, cosas asquerosamente importantes, asquerosamente malas. Y tú no estabas. De pronto un día mi amigo no estaba. ¿Dónde carajos te metiste? Ya contigo era un niño... triste, supongo, imagínate sin ti. Te necesité tanto, Boddah... ¿Dónde mierda estabas? ¿Aquí? ¿Qué es esto? 
Sus palabras me hicieron sentir mal, me hería tanto. Yo, le contesté, yo estuve todo el tiempo contigo. Estuve desde que me empezaste a ignorar, estuve cuando te encerrabas por horas en tu habitación con esa guitarra. ¿Sabes? Estuve cuando entraste al colegio, estuve cuando llorabas porque tu madre no te decía en dónde había escondido tu guitarra. Estuve cuando compraste tu primer álbum, cuando aprendiste a tocar aquella canción. Estuve cuando mirabas los cuadros de John Lennon y jurabas que serías algo parecido, aunque en el fondo no te interesaba del todo. Estuve contigo cuando regresaste decepcionado de la “casa” de tu padre, cuando te resignaste a aceptar la “familia” que tenías. Estuve contigo cuando el novio de tu madre te gritaba, cuando llegabas harto del colegio y sus normas, cuando ya no querías vivir en tu casa, en tu país, ni en tu propio cuerpo. ¿Sabes cuándo más estuve contigo? Estuve cuando conociste al tipo alto que llevaste varias veces a casa: tu nuevo mejor amigo. Por un tiempo le tuve celos, porque con él sí jugabas y a mí ya ni me veías, pero después de un tiempo lo quise porque te hacía reír; parecía que estaban enfermos de la misma clase de locura. Yo los miraba en la esquina, arrumbado junto a la ropa sucia, esperando que tal vez un día jugasen conmigo... pero no. En fin, estuve cuando te fuiste de casa, te seguí por todos lados, creí que en algún punto regresarías a mirarme, pero no, jamás lo hiciste… Incluso estuve cuando nació tu bebé, Frances. Recuerdo verte con esa bata blanca, con una cara de susto que me daba más risa que preocupación, después te caíste. Los señores, los médicos decían que te habías desmayado y te sacaron de la habitación, pero yo me quedé y miré a Frances; ella era idéntica a ti cuando te vi por primera vez. Sus ojitos hinchados apenas si dejaban ver una tenue luz azul. Es hermosa, debo decir. Por un tiempo ella jugó conmigo... hasta hoy. Yo tuve que dejarla porque tenía que venir aquí, tenía que llegar antes que tú; al final de cuentas, yo tengo que acompañarte, así me veas o no.
Hacía mucho frío; típica mañana de abril. Tú parecías cansado, con una cosa clavada en tu antebrazo. Te vi mirar hacia el techo, como si buscaras el cielo.
Después de verte así, no vi nada más; una luz me envolvió y llegué acá. Se supone que te esperara… y aquí estás…

El silencio que él provocaba en el ambiente me daba miedo. Me daba miedo que me volviese a ignorar como cuando niños, que no me viera. Sus ojos de nuevo se cristalizaron y miró arriba, al cielo azul. De sus ojos comenzó a emanar agua, era como una cascada de agua salada que recorría su mejilla color vainilla. Sus labios parecían querer hablar, pero no pudieron emitir una palabra sino hasta después de que el agua de sus ojos paró. 
Boddah, perdóname, me dijo. Yo no sabía que estabas allí, conmigo, de verdad no lo sabía. Pero creo que eso no importa ya, ¿cierto? Estaremos juntos de aquí en adelante. 
Dicho eso, se apoyó en la tierra y se levantó del suelo, su sombra me tapó la luz. Sonriendo me extendió la mano y me dijo: "Boddah… no me sueltes".