¿Qué se siente al ser tan joven? Dime qué se siente cuando no se ve el final.¿Qué se siente al ser tan libre? Dime qué se siente cuando vuelas sobre el mar.Debe ser tan increíble… No consigo recordar…
Cuando era niño y me celebraban un cumpleaños, yo lo sentía como un paso más a la anhelada adultez, que con los números de velitas junto con la correcta madurez, se supone se va acumulado en uno... pero nada de eso pasó. A esa edad, unos 9, 10, 11 años, uno sólo quiere ser mayor, crecer y hacer todo lo que de niños, por ser niños, se nos prohíbe.
Uno, pendejamente, quiere dejar de jugar a los carritos y con soldaditos de plástico, ya nos urge ser tan individuales e independientes como nuestros padres o hermanos mayores. A esa edad nos da prisa por ser más altos, más fuertes, por poder ir a lugares lejos de casa. Queremos comernos el mundo a mordidas porque, desde el seno de familia, se pinta bastante fácil y según nosotros el único impedimento es nuestra corta edad, nuestra corta estatura y que los adultos nos tratan como idiotas.
Lo malo es que cuando por fin empiezan a tratarnos más como uno de ellos, nos sentimos, tal vez sólo al principio, ajenos a ello. Nos da un tanto de repudio el de verdad convertirnos en uno más de esos amargados y raros adultos que "no nos entienden". Tal vez es porque cuando entramos a los chocosos años de pubertad, vemos las cosas desde otra perspectiva y nos empiezan a enseñar que ser adulto, más que nada, es ser -responsable-, no libre; que es lo que de niños queríamos.
Así que muchos de nosotros nos convertimos en este "no soy niño pero tampoco adulto porque ustedes me dan asco" que nuestros padres tanto odian, o al menos odian las miles de escenitas típicas de un adolescente. En este limbo de edades, de personalidades y actitudes, muchos, la mayoría (o al menos los más normales), salen a eso de los 17, 18, pero algunos de nosotros nos quedamos en el limbo y, aunque ya no demostramos tanto nuestra confusión inicial, la confusión con la vida y el concepto de libertad permanecen. No sabemos si ir hacia adelante o no, aunque algunas veces sí sabemos que debemos avanzar con la vida, pero no sabemos cómo.
De un par de años para acá, cada vela en el pastel, cada año que se agrega a mis huesos y piel se sienten completamente ajenos a mí; es como si yo me hubiera quedado estancado en algo que ni siquiera sé qué es, pero el caso es que cada año, cada maldito año es como un paso al temido "no sé dónde".
A diferencia de los tiernos y escasos años que celebraba atragantándome de pastel y gelatina mientras casi lloraba de alegría con los regalos y con mis amigos cantándome "Las Mañanitas", ahora hasta miedo me da de que llegue la mentada fecha en que todos, aunque sé que lo hacen de broma, me dan una palmadita en la espalda y me dicen "¡Felicidades! Ya estás viejo", ¿y qué hace uno?, yo pongo mi cara de sonrisa falsa y asiento con la cabeza y una mueca mal hecha para no mostrar mucho mi interna semi-depresión.
Ganas me dan de decirles que ya no mamen, que olviden el día en que nací, que no me festejen nada porque, a diferencia del niño que quería crecer y agregaba un año a su vida, ahora cada año que pasa es un año menos. No sé bien para qué, pero sé que es un año menos.
Si por mí fuera, borraba mi fecha de cumpleaños del calendario, o si pudiera, con un láser como el de "Men in Black" les borraba la memoria para que no me estuvieran recordando, cada pinche año, que se me acaba el tiempo, que ya pasaron otros 12 meses, otros 365 días.
Pero no, uno tiene que estar ahí, soportar lo más que se pueda con la gente que, por cariño, a uno le recuerdan el día en que ha nacido. Tenemos que estar ahí frente a la gente pretendiendo que, por nuestra edad, sabemos perfectamente a dónde vamos... si tan sólo supieran que algunos no sabemos ni en dónde estamos.
Y todo esto puede sonar frívolo, banal, vamos, hasta pendejo, pero es lo que me pasa a mí, tal vez a ti y a muchos que cada año que se agrega a su currículo de existencia, se queda como a medias, medio vacío, sin acabar.
Si sigo así, tal vez tenga la mentalidad de una centrada, o al menos encaminada persona de 20 años cuando tenga 27, y la de una persona madura de 27 cuando tenga unos 33. Lo que sí es que hoy por hoy, irónicamente, deseo con todas mis ganas parar el tiempo, al menos hasta que sepa qué hacer con él, y en el próximo pastel de cumpleaños, cuando sople a las velitas pediré como deseo el ser niño otra vez.
