Lo recuerdo como atrapado en un relato de Bukowski, o atrapado en un instante, de la mano de la cámara de Cartier-Bresson. Tal vez él me recuerde igual, si es que lo hace. Tal vez siempre fuimos así; simples momentillos que se iban encontrando una y otra vez, algunas veces esos momentos se encontraban a sí mismos, otras veces colisionaban entre sí. Y en su momento, vaya que creímos que ser eternos, y los segundos se dividían en mil mini-retratos que hablaban al unísono, como haciendo la bulla de fondo para un beso, para un abrazo, para el café de la mañana o la despedida de los sábados por la tarde.
Una vez, recuerdo, íbamos de la mano, caminando por un parque (dando vueltas solamente) y platicábamos de su semana y de la mía, de sus problemas y de los míos. Caminábamos en círculos, para pasar el tiempo, para sentir que hacíamos más que vernos sólo un par de horas antes de que él volviera a la escuela y yo a mi casa. Entonces, en medio de su plática, mientras su voz me calaba los huesos y mis dedos eran aprisionados en su mano, pedí al Universo que se detuviera el tiempo. Cerré los ojos y deseé quedarme allí, como en pausa, pedía que todo aquello se me quedara grabado en el cerebro y que nunca se me olvidara. Volteé a mirar todo lo que mis ojos alcanzaban a ver: los niños, las mujeres bordando en una banca de madera a la orilla de un arbusto tan grande que daba sombra, el señor que vendía dulces y cigarros, los pajarillos que volaban de un árbol a otro, las nubes que apenas cargadas de agua avanzaban rápido, el viento en su cara y en su cabello... Todo se me quedó grabado. Después, uno de los primeros días de cuando él ya no estaba, maldije aquello. Entonces quería formatear mis memorias de él, quería tachar su cara de mis recuerdos, quería no recordarlo todo como si volara en el tiempo y lo volviese a vivir cada que lo extrañaba. Quería cerrar los ojos y no verlo, no tener sus fotos grabadas en el interior de mis párpados. Quería que se me olvidara qué canciones cantaba y cuál era su comida favorita. Quería no haberlo conocido.
Ya ahora, más 'repuesta' (o eso parece), mi cabeza lo recuerda de una manera muy extraña. A veces lo pienso muy lúcido, como si lo hubiera visto ayer; a veces como si hubiera sido un sueño, uno de esos sueños que, al despertar, no recuerdas muy bien de qué se trataba, sólo recuerdas algunos detalles y el principio o el final, pero la trama es simplemente borrosa.
El caso es que lo recuerdo mucho así, a veces incluso me pregunto a mí misma si es que ha sido cierto todo, si no ha sido una película o un personaje ficticio salido de un libro o alguna serie para adolescentes. A veces me pregunto si no fue una fantasía, o si en realidad sí ha sido un sueño, o una historia ajena que, por azares de la vida, me he tomado personal.
Pero no, sé que él estuvo y que fue. Y sí, todo ha quedado en tiempo pasado, y las acciones a futuro se han convertido a copretérito: queríamos, éramos, teníamos, sabíamos, caminábamos, besábamos, abrazábamos, amábamos, soñábamos...
Y quién sabe si él sentirá así, o si ni siquiera me sigue teniendo en su mente, como una mancha en su historial, como un minuto en el tiempo infinito, o un infinito en un minuto acabado... Yo, sin embargo, lo tengo aquí, como la marca en forma de círculo que le ha hecho mi taza favorita a la mesa donde escribo, como una fotografía borrosa que cada que la ves te obliga a regresar a ese preciso instante, como una canción que se rehúsa a salir de tu cabeza, como una cicatriz que te recuerda que te caíste, como un corazón que sabe que has amado. Lo tengo aquí.
Una vez, recuerdo, íbamos de la mano, caminando por un parque (dando vueltas solamente) y platicábamos de su semana y de la mía, de sus problemas y de los míos. Caminábamos en círculos, para pasar el tiempo, para sentir que hacíamos más que vernos sólo un par de horas antes de que él volviera a la escuela y yo a mi casa. Entonces, en medio de su plática, mientras su voz me calaba los huesos y mis dedos eran aprisionados en su mano, pedí al Universo que se detuviera el tiempo. Cerré los ojos y deseé quedarme allí, como en pausa, pedía que todo aquello se me quedara grabado en el cerebro y que nunca se me olvidara. Volteé a mirar todo lo que mis ojos alcanzaban a ver: los niños, las mujeres bordando en una banca de madera a la orilla de un arbusto tan grande que daba sombra, el señor que vendía dulces y cigarros, los pajarillos que volaban de un árbol a otro, las nubes que apenas cargadas de agua avanzaban rápido, el viento en su cara y en su cabello... Todo se me quedó grabado. Después, uno de los primeros días de cuando él ya no estaba, maldije aquello. Entonces quería formatear mis memorias de él, quería tachar su cara de mis recuerdos, quería no recordarlo todo como si volara en el tiempo y lo volviese a vivir cada que lo extrañaba. Quería cerrar los ojos y no verlo, no tener sus fotos grabadas en el interior de mis párpados. Quería que se me olvidara qué canciones cantaba y cuál era su comida favorita. Quería no haberlo conocido.
Ya ahora, más 'repuesta' (o eso parece), mi cabeza lo recuerda de una manera muy extraña. A veces lo pienso muy lúcido, como si lo hubiera visto ayer; a veces como si hubiera sido un sueño, uno de esos sueños que, al despertar, no recuerdas muy bien de qué se trataba, sólo recuerdas algunos detalles y el principio o el final, pero la trama es simplemente borrosa.
El caso es que lo recuerdo mucho así, a veces incluso me pregunto a mí misma si es que ha sido cierto todo, si no ha sido una película o un personaje ficticio salido de un libro o alguna serie para adolescentes. A veces me pregunto si no fue una fantasía, o si en realidad sí ha sido un sueño, o una historia ajena que, por azares de la vida, me he tomado personal.
Pero no, sé que él estuvo y que fue. Y sí, todo ha quedado en tiempo pasado, y las acciones a futuro se han convertido a copretérito: queríamos, éramos, teníamos, sabíamos, caminábamos, besábamos, abrazábamos, amábamos, soñábamos...
Y quién sabe si él sentirá así, o si ni siquiera me sigue teniendo en su mente, como una mancha en su historial, como un minuto en el tiempo infinito, o un infinito en un minuto acabado... Yo, sin embargo, lo tengo aquí, como la marca en forma de círculo que le ha hecho mi taza favorita a la mesa donde escribo, como una fotografía borrosa que cada que la ves te obliga a regresar a ese preciso instante, como una canción que se rehúsa a salir de tu cabeza, como una cicatriz que te recuerda que te caíste, como un corazón que sabe que has amado. Lo tengo aquí.