El otro día atiborré de hierba a mis pulmones. La habitación era un campo de flores muertas entre la niebla de lo imposible. No importaba si no podía ver más allá de un metro en mi propia casa. No importaba porque no quería ver; quería sentir.
Siempre tuve la sensación de que iba a acabar mal, que alguna cosa increíble iba a inundar mi vida y, eventualmente, me iba a ahogar en problemas y muerte. Esa cosa que pasó fuiste tú. Y tú lo sabías, pero no hacías consciencia de ello realmente.
En medio de ese viaje yo pensaba que, tal vez, me había convertido de nuevo en otra cosa de las que también temí de niña. Me estaba convirtiendo en la persona que le llora a otra, aunque no valga la pena, aunque ya no importe. En cada borrachera, en cada trip, en cada sueño, en cada pesadilla, en cada deseo a las estrellas fugaces, en cada momento en donde tenía la oportunidad, aunque fuera estúpida, de pedir por algo, pedía por ti.
No necesariamente pedía tenerte a mi lado. Algunas veces pedía olvidarte, no quererte, odiarte, no verte, no ver tus fotos, no saber de ti... Algunas otras veces aceptaba no estar contigo pero pedía encarecidamente por tu bien, porque no te resfriaras y comieras rico, porque nadie te rompiera el corazón y pasaras tu examen de biología.
Cada vez pedía una cosa diferente: en la misma semana le pedía a la Luna que me quisieras un poquito, y también a la estrella del Principito le pedía que ya dejara yo de quererte tanto; una noche veía una estrella fugaz a la que le rogaba no verte, y a los tres días le pedía a Dios que nos reuniera en algún punto de la vida, no importaba dónde o con qué pretexto, pero que me pusiera a tu lado.
Tal vez era por no tener un deseo fijo que no se me cumplía ni uno. Yo no dejaba de quererte, ni podía olvidarte, no me querías ni un poco, ni nos reuníamos nunca. No pasaba nada mas que todo siguiera como siempre, con un cariño unilateral y montón de deseos lanzados al aire.
Mis sueños se paseaban en globo por tu cielo, y creían que ya eran tuyos cuando en realidad no los querías y ellos seguían siendo sólo sueños. Y eran sueños sólo míos, no compartidos contigo. Tú tenías otras cosas en mente, más en esos aspectos. Cuando yo recién piloteaba en tu cielito, tú ya andabas volando en otro. Y entonces me tocaba ir por esas esperanzas vanas y regresar con ellas como una madre que va por sus hijos mal portados y los arrastra de la oreja.
«No se vayan de aquí, dejen de volar», me parecía regañar a mis propios sentimientos cada que caía en la realidad de las cosas.
A veces me sentía como esos borrachos que andan de bar en bar aturdiendo a la gente con sus problemas, y siempre empiezan quejándose del gobierno o del trabajo, pero terminan por aceptar que beben porque una mala mujer les rompió el corazón. Así soy yo.
Empiezo a beber porque según es divertido, o eso dicen; a mí ciertamente me gustan más los cócteles que las bebidas muy fuertes, pero finjo que me gusta el sabor y olor amargo del vodka simple, y en peores casos, del tequila. Finjo que me gusta porque sé que con eso voy directo al grano y puedo hablar de ti. Y sé que nadie me va a juzgar porque todos están igual o peor, y porque al otro día puedo jurar que no recuerdo nada.
Pero siempre recordaré. Recordaré ese momento de la bebedera que nos pasa a todos, donde vas al baño sólo para apoyarte en el lavamanos, mirarte al espejo y decirte a ti mismo: «Ya estoy pedo». Y en ese momento me digo eso y me repito que es, de nuevo, a tu salud. Pero tú no lo sabes. Te imagino entonces durmiendo o leyendo cosas importantes para gente importante como tú, o tal vez viendo con quién te sacas la espinita que te dejó esa última chica que resultó ser más culera que bonita.
Ya no importa, de todos modos no eres para mí. Lo entendí cuando describiste a tu chica ideal y resultó ser en antónimo de lo que yo soy. Y llorando pensé en cambiar, y llorando aún más fuerte pensé que no lo iba a hacer; no porque no quiera, sino porque no puedo. O quién sabe, tal vez no quiero. Yo quería que me quisieras así, como soy, con mis pendejadas y todo, pero sé que no se puede.
En días como los de la bebedera o los de la hierba que me apendeja y me hace reír, pienso que tal vez eres más bien un pretexto para sufrirle a la vida, porque ah, cómo me gusta a veces. El drama se me da. Me ayuda a muchas cosas, y si no fuera por eso, ¿cómo iba a escribir esto?
He leído este blog por semanas...y me pregunto quien lo escribe?? Es tan bueno todo... de verdad me gustaria saber quien esta detras.. felicitaciones <3
ResponderBorrar