Me hubiera gustado retenerlo un ratito más, decirle la lista de razones –que ya tenía en la mente– de por qué no debía irse, de por qué debía conformarse conmigo, aunque sea unos días, unas semanas. Me hubiera gustado decirle: «Sí, te quiero, y sí, te querré siempre», pero en lugar de eso me quedé callada cuando me lo preguntó, me hubiera gustado haberle tomado la mano y ponerla en mi pecho, para que sintiera a mi corazón saltando de un lado al otro dentro de la cajita que lo envuelve. Hubiera gastado mis últimos momentos con él en cosas que nos hicieran ver, a él, que lo quiero, y a mí, que lo necesito.
Pero yo nunca entiendo. Me quedé, pues, sola. Más sola, solita, qué solitaria. Sola, soledad. Sola con s de siempre, con s de sin duda, con s de soñar. Sola. Qué solo se siente uno cuando la persona correcta se va, y qué solo se siente uno cuando las personas que no importan se quedan. ¿Para qué se quedan? Váyanse, ¿no ven que quiero estar sola-sola? Porque qué feo es sentirse sola cuando alrededor hay un montón de personas. Y todas esas personas andan por ahí como si el mundo siguiera, ¿qué no ven que se ha acabado el mundo? El apocalipsis ya ocurrió y ustedes siguen de pie, siguen sonriendo, ¿qué les pasa? ¿O es que sólo se me ha acabado el mundo a mí?
Me hubiera gustado estar ahorita fumando a su lado, él bocabajo y yo viendo al techo, en su cama individual donde cabemos los dos. Entonces no es tan individual. Yo estaría fumando, contando las formas del techo que parece espuma de mar, y él estaría echado con un brazo bajo su cabeza y el otro columpiándose, tocando el suelo. Yo exhalaría el humo y le daría a probar del tabaco; él fumaría y me diría que esa no es su marca de cigarros. Reiríamos, después nos besaríamos con besos sabor a jugo de uva, cigarrillos y dulces de fresa, de esos dulces que vende la señora gordita de la esquina. Qué bonitos besos hubieran sido. Pero no fueron. Besos, qué besos, ¿por qué no me besa? Besos… besos con b de borracha, con b de brisa, con b de buscar. Lo busco. Besos.
Si te hubieras quedado, ya tendría con quién sentarme en el autobús.
Sabría lo que es querer bonito.
Fumaría menos.
Sería mejor, por ti.
Te enseñaría esas películas que no le comparto a nadie.
Hablaríamos de los temas que parece que sólo a nosotros nos incumben.
Vería contigo esa horrible serie que te emociona tanto.
Me despertaría temprano.
Sonreiría más.
Si te hubieras quedado, no dolería.
Ojalá no fuera como soy, digo a veces. A veces que es casi siempre. Casi siempre que es siempre. ¿Por qué he nacido tan seca? ¿Por qué no soy un poquito, aunque sea, como las demás? Si pudiera reír a carcajadas por cualquier cosa, con sus chistes malos y sus frases bobas, a lo mejor, se hubiera quedado. O igual y no fue eso y le estoy buscando tres pies al gato; sé por qué se fue, pero no me gusta aceptarlo.
Si se hubiera quedado, quién sabe, igual y yo hubiera cambiado. Tal vez ya reiría a cántaros, o sería más mujer y menos macho. No sé. Igual y ya se hubiera convencido de que no hay nada mejor que yo aunque, aquí entre nos, sí lo hay pero posiblemente no se hubiera dado cuenta. Lo hubiera abrazado en público, en frente de todos, que vean, sí, que vean, que lo quiero y ando de melosa. No me importaría andar de ridícula con él.
Y nunca nos aburriríamos –en especial yo–, porque ya había planeado juegos de dos en donde lo más importante sería sólo estar juntos. Estaríamos pues, jugando a que, con mis uñas, le escribo mensajes secretos en la espalda, y entonces él nunca adivinaría porque yo siempre le pondría “Te quiero”, pero él estaría pensando en otras palabras. ¿El castigo? Un beso. ¿Y si adivina? Un beso también. O dos, o tres, o cuarenta, o mil, o los que quiera.
Hubiera sido otra si se hubiera quedado, o tal vez tuve que haber sido otra desde antes. Chance y, como dicen, no era yo, era él. Quién sabe qué andaba buscando, y quién sabe si, aunque yo hubiera cambiado, hubiera visto a ese algo en mí. A lo mejor no. No, con n de nadie, con n de nunca, con n de nada. Nada.
Photo by: Diana Reinoso.
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